Trinia, el noviazgo secreto

27.10.2018

ÉL Y YO.

Había oído tanto de su vida, me enamoré de él con tan solo imaginar sus historias. Yo vivía cada aventura, cada dolor, hasta sus enojos. Yo sostenía la espada de sus manos y ganaba las batallas. Lloraba sus lágrimas, reía sus chistes y momentos de alegría. Yo consumía el vino de su odre, y me sentaba a sus pies cuando hablaba de su padre. Me enamoré de la forma en que hablaba de él, y me conquistaba su sonrisa cuando mencionaba su nombre.

Caminé sus villas y lo miraba hablar con su Padre por las madrugadas, aunque el sueño me vencía, me impresionaba la manera en que lo hacía, el silencio permanente de la noche hacía que esa escena fuera realmente un hermoso espectáculo; vibrante, real y atrayente. Era impresionante todo; Su fuerza, su vigor, su determinación para hacer las cosas y su valentía para enfrentar la propia vida, su convicción me espantaba con un espanto de admiración. Sí, yo quería ser como él. Era verdaderamente un hombre del cual me quería enamorar.

Todo de él me fascinaba, lo miraba a los ojos cada vez que usaba una parábola para explicar un principio, solía hacerlo como no tienen idea. Otros ni entendían, pero yo, yo no podía contener la sonrisa, porque la simpleza con la que explicaba era maravillosa y yo decía: ¿Cómo es que no pueden comprender esto?, es que yo amaba comprender cada palabra que decía, realmente lo disfrutaba, creo que de tanto oírlo se me hacía fácil comprender sus discursos, sí.

Estar ahí admirándolo de lejos y a veces cerca me invitaba más y más a recorrer sus millas. Cuando él hablaba era como estar de frente a una cascada de vino dulce, suave y continuo. Todo de él empezaba a impresionarme. Tan solo oírlo satisfacía todo de mí. Ni comer quería, ni beber. Sí, lo sé, exagero. Es que cada segundo era profundo, yo no quería perder ninguna migaja de su vida. Él tal cual pan, yo lo quería todito para mí. Lo estaba amando enteramente. Era la amistad más fascinante que había conocido.

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Los años pasaban y no podía despegarme de él. A veces pensaba que me estaba convirtiendo en una carga, pero él me mostraba un profundo amor que me reconquistaba y volvía a poner su calma en mí. No puedo pasar por alto el hecho de que comenzaba a llenarme de pensamientos, hasta de preguntas, y sin embargo, todo de él seguía siendo fascinante. Él, tenía misterios de los cuáles yo no quería perderme.

Nuestros momentos a solas se estaban convirtiendo en una adicción; La verdad, yo realmente disfrutaba sentarme con él porque siempre tenía muchas cosas que contarle, parecía que mi bagaje de experiencias se llenaba, y cuando el día acababa llegaba ese momento en el que me recostaba en sus piernas, y casi siempre me quedaba dormida sobre él. Sinceramente, siempre lloraba en su regazo cuando le hablaba, a veces de felicidad y muchas veces por tristeza. Aún así en cada despertar, su voz me levantaba para sonreír de nuevo, el día era genial junto a él. Cada día su mano tocaba la mía y su mirada me enternecía. Ya estaba realmente enamorada.

Nunca olvido su frase favorita para mí, "No temas, porque yo estoy contigo", me lo decía siempre mirándome de frente y esos besos en la frente eran mi alegría diaria. Creo que él sabía lo miedosa que era, porque nunca faltaba un día sin que me lo dijera. Era el hombre más hermoso que había conocido. El miedo se iba cuando me recordaba esas palabras.

Los días pasaban y hacíamos lo mismo una y otra vez pero, yo no me cansaba de estar así con él. Yo me sentía embelesada y nunca, nunca olvido la primera vez que me dijo que me amaba, fue cuando nuestro noviazgo comenzó. Desde el principio me decía que quería conquistarme. Y fue así absolutamente, yo lo podía notar, cuando vi la forma en que solía amar, y la manera en que mostraba su amor por mí, eso fué lo que atrapó mucho más mis sentidos.

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El tiempo avanzaba más y más y la vida debajo del sol me alejaba un poco de él, se tornaba inhabitable mis espacios, y recuerdo que me dormía sin pasar un rato con él, ni siquiera le decía buenas noches y aún así el venía hacia mí y me susurraba las mismas palabras con el beso en la frente.

A veces estaba tan cansada que llegaba a la casa y le pasaba de largo. También me enojaba con él porque hacía silencios. Llegaban momentos en los que le decía todo lo que me ocurría, pero el elegía hacer silencios y no entendía porqué. Recuerdo que muy pocas veces lograba entender porqué a veces hacía lo que hacía pero en otras tenía que irme a dormir con muchas incógnitas.

Yo veía sus cuidados en medio de todo, pero pasaba días sin recibir de él explicación, solamente me repetía una y otra vez, que su Padre tenía cuidado de ambos y que confiara en él, pero a mí me costaba porque las cosas no me salían como parecía que debían salir, no me sentía apoyada y hasta solía tomar sus silencios como un aval ante mis peticiones, y más de una vez, me equivocaba.

Muchas de las experiencias que me tocó vivir aún estando cerca de él, él me dejaba vivirlas para ayudarme a crecer y a despertar, porque yo era muy aérea en ciertas cosas, él era tan cuidadoso que se empeñaba en trabajar conmigo mi madurez y mi perspectiva de vida, por eso hacía silencios, y en otras pues me daba la libertad para hacer lo que pensaba. Yo siempre pensaba en mis adentros: Wow, que novio tan espectacular me ha otorgado la vida, aunque por fuera fruncía el seño, haciéndome la enojada con él.

Él era demasiado tierno y caballeroso, era decente por excelencia, era silencioso pero protegía los misterios para mí, muchísimas veces me traía sorpresas y eso hacía saltar mi corazón. Por eso fuí aprendiendo a no preguntarle tantas cosas, porque comencé a comprender sus respuestas de formas que me alegraban más de lo que hubiese podido alegrarme a la forma en que lo imaginaba. Él era demasiado detallista, demasiado cuidadoso, y me impresionaba la manera en que se tomaba el tiempo para hacerme una sorpresa que realmente me sacara la sonrisa más gigante posible. Recuerdo todo de él, desde que todo comenzó.


La Habitación 

La ventana secreta

La puerta de entrada de la habitación no evitaba que mis conversaciones con él fueran oídas, y era inevitable no ser oído con tantas cosas que contarle. Aún la risa traspasaba las paredes y sé que hasta mis llantos dejaban marcas en mi rostro que los demás veían.

Yo me había acostumbrado tanto a mis conversas con él, que durante el día y los días que pasaban, me bastaba con que solamente fuera él quien conociera mis pensamientos, emociones y sentimientos. Era mi forma de desnudarme ante él, era mi forma de derramarme delante de él, no encontraba jamás mejor refugio que ese. Aunque buscaba.

Mi noviazgo con él se hacía mucho más profundo, y ya era imposible que algo o alguien pudiera separarnos. Ahí en la habitación yo tenía que traspasar una ventana secreta, allí donde él y yo, realmente vivíamos lo nuestro. Allí donde el ruido, las voces, el murmullo, la orbe en general, dejaba de ser. Allí, éramos uno, Él y yo. Tan solamente el uno para el otro.

La Cúpula Real

Cuando traspasaba la ventana secreta como todos los días, la sensación de vida cobraba sentido. El mundo se detenía y el ruido se desvanecía. El sonido de los autos y las voces de la muchedumbre se hacía imperceptible. Me perdía totalmente, me desconectaba de todo lo demás. Era realmente una aventura.

Les soy sincera, yo quería nunca más salir. Pero él siempre me hablaba de las cosas impresionantes que podíamos hacer fuera de la ventana secreta. Él solía llamar ese lugar como la -Cúpula Real-, era el lugar más hermoso, y gigantesco que había conocido. Me sentía honrada de estar ahí todo el tiempo. Y ahí estaba el gran sofá; Púrpura y escarlata, cálido e inigualable. Era nuestro espacio, aún puedo escuchar esas grandes conversas, y la cantidad de preguntas que solía hacerle y allí me dormía sobre sus piernas, mientras tocaba mis cabellos.

Nos encantaba caminar la fuente de agua dulce. Él la llamaba -Germen-, porque dice que si aún un árbol seco obtenía sus aguas, se reverdecía como nuevo. Él era tan tierno que tomaba una tinaja pequeña y me brindaba. Yo no puedo explicar con palabras como yo quedaba cuando salía de la Cúpula Real y mucho más cuando bebía del Germen.

Cuando salíamos de la Cúpula Real, por la ventana secreta, él solía llamar a la tierra como la Orbe Difusa, porque no muchos conocían la Cúpula Real, y una gran mayoría se equivocaba de ventana. Tristemente también las lluvias opacas de la Orbe me contaminaban, y pasar por el Germen era lo que necesitaba cada vez que eso sucedía.

La aventura en la habitación era la verdadera vida en medio de la vida y no me bastaba con entrar y salir, yo quería quedarme en la Cúpula Real. La verdad era lo más real que conocía, porque afuera en la Orbe Difusa las sensaciones que mayormente sentía me agotaban el espíritu y a veces no lo podía soportar.

Tener un novio como él me hacía sentir completa. Tocaba mi corazón sin tocarme el cuerpo, la piel, me amaba con un tipo de amor que no he conocido en ningún otro fuera de la habitación, fuera de la ventana secreta. Era un amor sin lujuria, es más - ¿Qué es lujuria?... eso no existe en ambos... ni fuera ni dentro de la Cúpula Real. No era una atracción física, esto iba más allá de la cercanía entre nuestros cuerpos, era una conexión mágica, pero sin fantasía, porque todo era real. Sus mensajes a diario, sus llamadas, y esa forma de atraerme, era profundo, demasiado especial. Cualquier chica querría conocer a mi novio, cualquier chica querría vivir aquello que vivíamos en la habitación, dentro de la Cúpula Real.

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Este es mi secreto. Nuestro secreto. Él y yo. Es secreto porque su nombre aunque esté implícito no lo mencionaré, hasta que defina la aventura más allá de la ventana secreta. Aquello que hemos de vivir, más allá de la Cúpula Real, y más allá de la Orbe Difusa.

(La historia no acaba aquí)

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